Rodar y montar

El sutil erotismo del título de mi conferencia no es infundado. Aunque algunos preferirían cambiar el orden de los verbos, por aquello del lógico desarrollo sexual de los acontecimientos (risas) –es decir, cronológico- (risas tardías), esto es imposible en términos puramente cinematográficos o, más en general, audiovisuales dinámicos. Lo que antes no se ha rodado, no se ha videografiado, no se ha grabado, etcétera, es imposible montarlo, editarlo, etcétera, después. Algunos prefieren seguir llamando al rodaje ‘puesta en escena’, con toda su parafernalia añadida, coctail, cena con flores y champagne y baile de salón vertiginoso, en un intento absurdo y desesperado por seguir asimilando el cine al teatro -ya se sabe que los cómicos de la legua…-. Muchos, incluso, pretenden añadir un guión previo que consideran imprescindible para la correcta elaboración de una película (toses y primeras deserciones). Pero si lo que realmente queremos conseguir es un niño de celuloide, o de cinta de video, o de disco duro de tres gigas -y solamente eso- es suficiente y necesario con los procesos, sucesivos, mencionados en el título y por este orden: rodar y montar.
Pero ¿cómo rodar o videografiar, o grabar? ¿Qué aptitud mental adoptaremos? No somos artistas plásticos, eso lo primero. (Murmullos de desaprobación ma non troppo. Los directores de fotografía abandonan la sala de conferencias). Mientras dispusimos exclusivamente del celuloide, algunos todavía podían creer ingenuamente que dibujando directamente sobre los propios fotogramas o perfilando primorosamente la banda sonora, actuaban sobre un lienzo virginal. Ya no tenemos disculpa. No hay lienzo. No existe la palabra lienzo en cinematografía. Ni en video o televisión, etcétera. Por el momento disponemos de la pantalla y, con el tiempo, tal vez ni de ella, sólo del aire impalpable, de la transmisión y recepción exclusivamente etéreas. No, no somos artistas plásticos, ni siquiera estoy convencido de que seamos auténticos artistas (los murmullos de desaprobación suben una octava. Los actores se van). No, al menos (silencio expectante), mientras no seamos capaces de captar con nuestras cámaras la poesía de la realidad. (Desconcierto). Porque sólo la poesía podrá traducirse en poesía en la sala de montaje. (“¿Qué dice?”,”No sé, me perdí en el último murmullo de desaprobación”). No nos engañemos: primero es la música y luego el pentagrama. ¡Primero el coito y luego el cigarrito! (risas desilusionadas. El público que queda se empieza a levantar). Nuestros espectáculos audiovisuales dinámicos (algunos, productores sobre todo, al oír la palabra ‘espectáculo’ vuelven a sus asientos) no pueden seguir basándose en narraciones argumentales que no existen y que, para lo más que sirven es para mantener la alienación del público (los productores vuelven a levantarse, definitivamente esta vez. Los tres guionistas que no se atrevieron a levantarse en la primera espantada, también) sino para conmover, convulsionar y, ¿por qué no? Emocionar poéticamente a…a… ¿hay alguien ahí? (El conserje amablemente, apaga la luz de su flexo de conferenciante. Era la única que permanecía encendida). Así que de montar ni hablamos, ¿no? Y eso que aún me faltaba meterme con los diseñadores de efectos especiales ¡Jo!, ¿Por qué no habré dado la conferencia en un país en vías de desarrollo?



Ilustración: Camelia Davidescu


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