Cuando perdí la fe

 a Kierkegaard in memoriam

El Ángel, como todo el mundo sabe, sujetó la muñeca de mi padre y señaló hacia el carnero enredado en las zarzas. Lo que nunca se ha dicho es que, a pesar de ello, mi padre siguió intentándolo y el Ángel tuvo que forcejear con él, empleándose a fondo, para impedirle clavar su cuchillo en mi corazón incircunciso.
Pero no fue la obsesión sacrificial de mi padre la que me hizo perder la fe, sino el hecho de descubrir, mucho tiempo después, que, desde el principio, mi madre había estado al tanto de la maquinación y, sin embargo, había guardado un silencio entre sumiso y cómplice, al respecto.

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Orestes (Soneto al neoclásico modo)

Un castigo ejemplar sin parangón
pide la Diosa a su terrible ultraje
y dispuesta a acabar con su linaje
lanza al hijo su horrible maldición:
Orestes penará sin remisión;
desértico ha de ser siempre el paisaje
que encuentre el matricida en su viaje
y acechado será, sin compasión,
por la ira sin fin de las Harpías
que colmarán su alma de terror.
Y pasará las noches y los días
sufriendo el aguijón de su rencor.
hasta apurar él solo, el homicida,
el cáliz abismal de su furor.



Ilustración: Camelia Davidescu