Homérida

I
Pronto supieron los insignes vates ciegos
Que aquel muchacho era especial.
Su voz, pese a la edad, grave y sonora;
su exquisito manejo de la lira;
su innato amor hacia la, por siempre, virgen Afrodita.
¿Pero a quién encomendar su pupilaje?

II
Veinte años lleva ya con su viejo maestro
y, sin embargo,
¡le queda tanto aún por aprender!
Y así piensa a veces todavía
que todo este tiempo de penoso aprendizaje
no ha sido más que un largo desengaño.
No lo conseguirá y lo sabe,
más ha de presentarse ante el tribunal de los Aedos
y perpetuar el engaño.

III
El anciano, en tanto, no comparte esos temores.
Con impecable rigor ha ido tejiendo la red
en torno a su díscolo aprendiz:
el único digno heredero
de portar la fórminge de Orfeo.
Puede presentarlo con orgullo a sus colegas.
Pasará la prueba y será
uno más en la asamblea
de los sabios vates vagamundos ciegos.
Y el anciano maestro, al cabo, podrá retirarse a descansar.



Ilustración: Camelia Davidescu

6 comentarios:

  1. Suele suceder que no sabemos apreciar el camino del aprendizaje y sólo lo valoramos al final.

    Buena pieza, Janial.

    Un abrazo,

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  2. Gracias por tu visita, Pedro, y por tu comentario.

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  3. Antiguamente los ancianos eran maestros de los más jóvenes.
    El ciclo se repetía de generación en generación.
    Janial buen texto nos regalas muy reflexivo.

    Un abrazo de MA.

    El blog de MA.

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  4. Pues sí, Ma, es así como dices. Y no había exámenes. Una prueba única, tras muchos años de aprendizaje, en la que el discípulo se jugaba el todo por el todo con su "Obra maestra", la que le daba acceso al oficio. Gracias por tu visita y tu comentario.

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  5. Excelente, como siempre. Y ya que el tema va de aprender y siempre que escribo en tu blog, añado una cita que, aún antigua, resulta de actualidad, aquí va ota:

    “En mi opinión, no hay nadie más inteligente que quien se llama imbécil al menos una vez al mes, actitud inaudita en nuestro días. Antaño, un imbécil comprendía al menos una vez al año que era un imbécil. Ahora, nada de nada. Hasta el punto lo han embrollado todo que no hay modo de distinguir a los imbéciles de los inteligentes. Lo han hecho a propósito.

    Bobok, Fiódor M. Dostoievski.

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    1. Es que, como decía Juan de Mairena, las personas auténticamente inteligentes somos muy modestas. Gracias por tu visita, Jesús. Tómate algo mientras llegamos a Vecilla.

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