“…habían sentido en
todos los puntos de fragilidad del mundo la amenaza del insensato; la habían
temido e invocado bajo la tenue superficie de las apariencias; habían rondado
sus atardeceres y sus noches, le habían atribuido todos los bestiarios y todos
los Apocalipsis de su imaginación.”
Michel Foucault
(‘Historia de la locura en la época clásica’)
Todo empieza una
noche sin risas ni lamentos.
Desolado surge el
solitario de su nada.
En un paraje yermo,
siniestro y nocturnal,
apenas salpicado de
arbustos deslucidos:
Asfódelo y retama y
encinas calcinadas,
vislumbra él un
mañana que nunca llegará.
Más acá del serpentino
cordón umbilical.
Más acá de una
noche de sexo apasionado;
Más acá del estricto
jardín de las especies.
Más acá del
desgarro, la nausea o el horror,
Él sueña que le
esperas ansiosa y fraticida.
Todo acaba una
noche de risas sin lamentos.
Entre amigos se encuentra brindando por aquellos
que se marcharon
lejos y nunca tornarán.
Y sin embargo él
sabe, qué bien que se lo sabe,
que ya no habrá más
risas, ni llanto ni lamento.
Sobre su mapa traza,
pausado y mortecino,
la ruta de su viaje
y el punto de destino
-una huida de
forzadas marchas sin sentido-:
más allá del
inhóspito reino del silencio;
más allá de las
gélidas aguas del olvido
en las que ha de
bañarse solitario y desnudo;
más allá del insalvable
abismo de la muerte,
y así no soñar más
que le esperas todavía
Agazapada en la
sombra de sus desvaríos.